miércoles, 11 de mayo de 2016

EL GIGANTE DORMIDO



A más de 1000 metros de altura, encajonado en el fondo del valle del Aragón, duerme un gigante.  Y así lleva ya 46 años, aunque no de apacible sueño. El paso del tiempo siempre hace mella y la degradación ha sido inevitable para el gigante. Una mole de 241 metros de largo, un ancho de 12 metros y… 150 puertas y tantas ventanas como días tiene el año. Nuestro gigante es la Estación Internacional de Canfranc, el complejo ferroviario español más importante del primer tercio del siglo XX.


Fachada de la Estación Internacional de Canfranc. Fuente: Heraldo de Aragón


Las obras de construcción comenzaron en 1921 y no finalizaron hasta 1928, cuando fue inaugurada por el rey Alfonso XIII, el general Miguel Primo de Rivera y el presidente de la República Francesa, Gaston Doumergue. Éste recóndito paraje pasó a ser entonces un enclave estratégico en las relaciones de España para con el resto de Europa, y un engranaje esencial de la economía aragonesa.

Tanto la construcción de la Estación como la del Túnel Internacional supusieron un alarde de ingeniería, ya que previamente había que adecuar la explanada de Los Arañones y protegerla de torrentes y aludes. Pero el valor patrimonial del complejo va más allá de la mera edificación. En la II Guerra Mundial el andén francés de la Estación fue el único territorio ocupado por los nazis en la Península. Y, por tanto, la esvástica ondeó en Canfranc. La coyuntura, sin embargo, supuso la “Edad de Oro” para el pueblo. El tráfico ferroviario pasó a ser constante, aunque no precisamente de ayuda humanitaria. Canfranc se convirtió en el lugar de intercambio de metales estratégicos (hierro, wolframio) por el oro expoliado por los nazis (86 toneladas certificadas pasaron por Canfranc entre 1942 y 1943).
Además, la Estación supuso la vía de escape de muchos refugiados, tanto de judíos como de soldados aliados que buscaban volver al frente, dando lugar a escenas y circunstancias propias de película. En palabras del periodista Ramón J. Campo, “Canfranc es nuestro Casablanca”. Nuestro gigante fue, por tanto, testigo de las más loables heroicidades y de la más profunda degradación humana.

La Estación Internacional de Canfranc. El valle es tan estrecho en este punto y la Estación tan grande que resulta imposible realizar una fotografía centrada de cuerpo entero. Fuente: Heraldo de Aragón

En 1970, un convoy de mercancías dirección Francia-Canfranc descarriló en el puente de L’Estanguet, destrozando por completo la infraestructura. La vía nunca se reparó, quedando la comunicación ferroviaria Canfranc-Pau paralizada hasta la fecha. La lucha por la reapertura ha sido constante por la población implicada de los dos países desde el principio. Tan sólo 5 años después de su interrupción ya se llevó a cabo la primera manifestación.
Según el Tratado Internacional de 1904, la SNCF está obligada a restituir la comunicación. Incluso el estudio de reapertura está aprobado tanto por el gobierno español como francés, aunque sigue sin solucionarse.

Mientras tanto, la Estación dormita. Bien poco, o casi nada, queda ya del deslumbrante vestíbulo de mármol que vio pasar a refugiados, espías y nazis. Pero poco a poco el gigante despierta.
Afortunadamente, el inmueble fue comprado en 2013 por el Gobierno de Aragón a través de la sociedad Suelo y Vivienda de Aragón, y se está intentando recuperar su esplendor con la colaboración de la Escuela Superior de Conservación y Restauración de Bienes Culturales de Aragón, dependiente del Departamento de Educación. Poco a poco se van cumplimentando fases del proyecto de recuperación que, esperemos, sirvan para una reapertura definitiva.

El Ayuntamiento de Canfranc siempre ha luchado por la reapertura y, recientemente, están sabiendo aprovechar la gestión de recursos culturales para la explotación del entorno. Concretamente, desde el 2014, el Ayuntamiento oferta la posibilidad de disfrutar de visitas guiadas. Un éxito que se demuestra en los más de 50.000 visitantes del primer año y medio. También desde el año 2014 se puede disfrutar cada 18 de julio de la recreación de la inauguración de la estación en 1928, con objeto lúdico y reivindicativo.
Así mismo, recientemente hemos asistido a una pequeña eclosión de cortometrajes, documentales y novelas que defienden el papel extraordinario de este enclave pirenaico en un momento tan convulso como la II Guerra mundial.

 
Vestíbulo de la Estación Internacional tras la finalización de la primera fase de recuperación y acondicionado para las visitas. Fuente: Excmo. Ayuntamiento de Canfranc.

El pasado 4 de mayo se presentó un nuevo proyecto para recuperar todo el complejo ferroviario de Canfranc en un plazo de tres años y medio basado en la rehabilitación de las estructuras e instalaciones sin construir nada nuevo. Se destinarían 6 hectáreas completas al uso ferroviario, combinándolo con espacios de vivienda, pero, parece, que respetando el edificio y teniendo siempre en mente su conservación. A lo largo del tiempo se han barajado diferentes opciones para aprovechar el espacio, desde museo a hotel de lujo, pero lo cierto es que el edifico fue creado por y para una función y está condicionado por el entorno. Este hecho solo plantea una vía: la Estación ha de seguir siendo Estación, pero esto no quiere decir que su uso sea excluyente. O, por lo menos, esta es mi opinión.
 Se trata, pues, de una propuesta interesante que han apoyado el director general de Urbanismo, Carmelo Bosque, y el alcalde de Canfranc, Fernando Sánchez. Pero aún hay que aprobarla. Como en tantas otras cosas, no queda otra que esperar. Pero bravo por los avances en conservación y la presión del Ayuntamiento de Canfranc. La situación de la estación no hace tantos años era paupérrima, y era intolerable que el verdadero monumento a los héroes que pasaron por ese magnífico vestíbulo sufriera tal abandono.


Enlaces y recursos de interés:



CAMPO, Ramón, Canfranc, El oro y los nazis. Tres siglos de historia, Zaragoza, Mira Editores, 2014.

CAMPO, Ramón, La estación espía, Zaragoza, Península, 2006.







viernes, 1 de abril de 2016

EL SAQUEO DE CULTURA



Material incautado por la Guardia Civil durante la operación Helmet. Fuente: El País


Una cantidad intangible de información se oculta bajo tierra. Material arqueológico de todo tipo esperando a ser recuperado e investigado, pero que sin embargo sufre la lacra del expolio. Uno de los ataques más directos que se pueden hacer contra el patrimonio histórico, a la par que cotidiano. Si hace cosa de 15 años se llamaba la atención sobre los robos en iglesias rurales actualmente la tendencia delictiva ha variado hacia una actividad más individualizada, incluso podríamos decir que “profesionalizada”. Si bien el expolio siempre ha existido (por norma general en todos los pueblos hay quien mantiene en su poder materiales provenientes de yacimientos cercanos), actualmente la tecnología ofrece la posibilidad de llevar a cabo expolios baratos y precisos. Estamos hablando desde sitios de información web a herramientas como los detectores de metales.

España cuenta con un yacimiento cada 3 kilómetros, una cantidad de espacios a vigilar realmente extensa si nos paramos a reflexionar. ¿Pero cómo actúan los cuerpos de seguridad del Estado ante esta cuestión?
La ley de Patrimonio Histórico prohíbe expresamente la búsqueda sin autorización de restos arqueológicos. El Código Penal (artículo 323) castiga este tipo de delitos contra el patrimonio con entre seis meses y tres años de cárcel, pero la carga económica es el principal recelo de los expoliadores, llegando el caso de preferir en ocasiones la detención a la denuncia. Desde 2011 la Guardia Civil ha practicado 180 detenciones o imputaciones, abriendo casi 2.000 expedientes por infracción administrativa, correspondiendo más de la mitad al Seprona.

Evidentemente es mucho más fácil seguir la pista de las redes de venta internacional que el simple destrozo arqueológico aleatorio por “entretenimiento” de la mayoría de detectoristas. Así, en la Operación Mosaico fueron detenidas ochenta y cinco personas de una red extendida por toda España y recuperadas más de 1.000 piezas. Un poco más recientes fueron las Operaciones Helmet I y II, desarrolladas en la provincia de Zaragoza, en las cuales, gracias a la venta en subasta en Alemania de varios cascos celtibéricos de origen incierto se consiguió recuperar 2.000 piezas expoliadas en Aragón.



Personalmente en dos ocasiones me crucé con detectoristas en plena acción. Este mismo verano en el castillo de Espejel en la provincia de Cáceres el individuo (perfectamente pertrechado con detector de metales, piqueta y cinturón multiusos) se atrevía a "quitar hierro al asunto" alegando que simplemente era una falta administrativa. En otra ocasión, en el 2013, el grupo de la campaña arqueológica de la ciudad celtibérica de Valdehererra subimos a realizar labores de acondicionamiento a Bílbilis. Algo que el “pitero” evidentemente no se esperaba que se hiciera fuera del plazo de la campaña, porque bien que acabó perseguido por el monte por un grupo de arqueólogos azada en mano. Éste, aunque se escapó, al menos se llevó una buena carrera barranco abajo.

Lamentablemente es muy difícil demostrar que unos materiales han sido expoliados de un yacimiento determinado, aunque por lo menos según la ley 16/1985 del Patrimonio Histórico Español los delitos contra el patrimonio son imprescriptibles. Algo es algo. Aun así, la única defensa posible es la educación y enseñar a dar valor a un patrimonio que es de todos y constituye las bases de la construcción cultural e intelectual.


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domingo, 6 de marzo de 2016

¿PUEDE SER LA ARQUEOLOGÍA UN COMPONENTE AUDIOVISUAL SOSTENIBLE EN LA TELEVISIÓN MODERNA?



La televisión es un mercado, y, como tal, está sujeto a sus propias leyes. Se emite lo que los espectadores ven, y si un producto no funciona, se desecha. Ante todo se trata de ganar dinero. Así de sencillo. Éste es el motivo de que los contenidos ofrecidos por las productoras televisivas traten de alcanzar un carácter ligero, llegando a lo banal en muchos casos y rebajándose al empleo del puro morbo por aumentar beneficios. Sin embargo, y aún con todo, ciertos proyectos audiovisuales culturales consiguen ver la luz. No son programas de éxito, pero algunos consiguen un justo reconocimiento, y todos colaboran en una labor educativa, a menudo olvidada, que todas las cadenas televisivas deberían tener en cuenta por pura ética.
Afortunadamente, la televisión está en plena evolución y actualmente ofrece multitud de posibilidades impensables hace apenas 10 años. El modo de verla ha cambiado con la intromisión de Internet, siendo habitual la visión fragmentada de contenidos o el empleo de nuevas plataformas. Un panorama que posibilita la customización propia de la consumición del telespectador y que facilita la difusión de la cultura por medio de lo audiovisual. Apoyándome en esta reflexión, me gustaría comentar algunos de los programas televisivos sobre difusión arqueológica en España.

Consciente de que como televisión pública, su deber es proporcionar un amplio espectro de contenidos, Televisión Española emite con regularidad una programación por medio de su canal La 2 de claro carácter educativo y cultural, entre la cual TVE se ha aventurado más de una vez en el campo de la difusión arqueológica, alcanzando por su calidad e innovación un reconocimiento a nivel nacional e internacional. Estamos hablando de los programas Arqueomanía e Ingenieria Romana.
El primero, presentado por el exministro de Trabajo y Asuntos Sociales Manuel Pimentel, se trata de un programa de divulgación científica al uso, de un corte clásico pero efectivo, encargado de llevar a cabo viajes expositivos por cuestiones arqueológicas de interés.



El segundo, en cambio, es más novedoso. Presentado esta temporada, Ingeniería Romana es una serie documental presentada por el experto Isaac Moreno que apuesta por la realidad virtual y aumentada para explicar los procesos, métodos y recursos constructivos en las obras arquitectónicas romanas. Un programa serio, elegante y espectacular que no ha tardado en ser reconocido por el público.




Fuera de la televisión pública nos encontramos con otros casos mencionables. Raro sería que en el llamado Canal Historia, no hubiera contenidos de difusión arqueológica. Como propuesta patria, en su momento se emitió el programa Arqueólogo por un día, el cual se ayuda del impulso de caras reconocibles para lograr una propuesta interesante. Consistía en poner a un famoso a realizar el trabajo de un arqueólogo durante un día, consiguiendo desembarazarse de la imagen romántica. Una propuesta agradable y agradecida que, sin embargo, no pasó de las 6 entregas.



Rebajando el glamour de caras famosas y alejándose de presupuestos y condiciones adecuadas a los proyectos nos encontramos con el programa Un país en ruinas del Canal 33 Madrid. De todas las expuestas, la propuesta más valiente y con menos recursos. En resumen no deja de ser un grupo de amigos arqueólogos con una cámara recorriendo los yacimientos de la Comunidad de Madrid, apoyándose en plataformas audiovisuales como Youtube. Quizá los medios no sean los mejores, pero se suple con las ganas que este equipo demuestra.



Contestando a la pregunta que da título a la entrada contestaré lo siguiente: SÍ. Un programa de difusión arqueológica puede ser sostenible en una parrilla televisiva tanto en cuanto la manera de ver televisión ha cambiado. Internet ya le ha ganado la partida y es hora de adaptarse. Incluso me atrevería a decir que es viable económicamente si se enfoca de la manera correcta. La clave está en la didáctica. El público está ahí, y sólo hacen falta ganas y tirar de ingenio para lograr un producto de calidad capaz de atraerlo.

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